La
democracia no solo como concepto sino como sistema, es uno de los grandes
logros de la sociedad moderna, pues ante todo la efectiva participación de
todos los sectores de un conjunto social definen el destino de un país, inclusive
del planeta entero. Sangre, sudor y lagrimas a lo largo de la historia nos
demostraron el sublime anhelo de los pueblos por lograr su libertad; viciada,
imperfecta, defectuosa, errática, como fuese, pero libertad al fin, el problema
principal no es alcanzarla sino poder mantenerla, y la mejor manera de hacerlo
es bajo el ideal democrático, que requiere indispensablemente de la
participación de todos, al igual que la vida encuentra su florecimiento solo
bajo la luz del sol, diría Octavio Paz: “Sin
democracia la libertad es una quimera”.
El
mundo contemporáneo elevo considerablemente el costo de la democracia, ya que
su obtención sin duda alguna exigió el sacrificio de millones, cabe destacar a
quienes lucharon por una sociedad más justa en la segunda guerra mundial frente
a la barbarie nazi, quienes con el peso de la consciencia detuvieron el apartheid
sudafricano siguiendo el ejemplo de Mandela o bajo la sabiduría y resistencia
pacifica, liberaron la India oprimida de Gandhi, quienes en Chile generaron la
transición en medio de la férrea dictadura de Pinochet, quienes desmantelaron
los muros blindados de la Unión Soviética y dieron paso a la Rusia democrática,
quienes en Centroamérica dejaron a un lado el camino de las armas, para iniciar
la conquista de los votos en las mesas de paz, o quienes más recientemente
encendieron la primavera árabe, que desarraigo de su seno a quienes por años
creyeron ser amos y señores del destino de sus naciones, son múltiples los
ejemplos de la búsqueda de la libertad, porque con ella esta íntimamente conectado
el sentimiento de desarrollo, calidad de vida y pluralidad, tan necesarios en
la convivencia humana, y solo palpables en la estela de las decisiones de la
gente para su propia organización, transformándose en un tema hasta
jurídicamente sustentado. El nexo entre democracia y derechos humanos figura
en el artículo 21(3) de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que
establece:”La
voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad
se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse
periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro
procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto”.
Ante
estos escenarios siempre recuerdo la pertinencia de la pirámide de Maslow, en
esa incesante necesidad del ser humano de progresar, en lo individual y
colectivo, por supuesto también por medio de los tipos de votos, El voto
instintivo, de la necesidad fisiológica y la necesidad de seguridad, es el voto
egoísta, el voto del miedo, el voto prisionero de la amenaza de una sociedad
sin libertades, el reflejo inconsciente que nos asalta al acudir a las urnas y
del que todos los partidos se sirven sin pudor. Es el voto que favorecen las
democracias “totalitarias”. Si el impulso que genera el voto es el reflejo de
la sociedad que se crea a posteriori, el que vota coartado por sus instintos
nos aboca a una sociedad egoísta y materialista, un mundo consumido por el
miedo donde la seguridad constituirá la excusa ideal para avasallar las
libertades. Tienen más riesgo de votar así los que deben su bienestar económico
a los partidos o los que simplemente lo sienten amenazado. El voto afectivo, de
las necesidades de afiliación y reconocimiento, el que vota influenciado por sus afectos nos aboca a una
sociedad irreflexiva, narcisista, hedonista y manipulable, un mundo que será
abandonado a la voluntad de aquellos que se tomen el derecho a pensar.
Por ultimo, el voto racional, de la necesidad
de autorrealización; las necesidades de autorrealización son las más elevadas,
ligadas a la propia consciencia, la motivación de crecimiento y la necesidad de
ser de los individuos. Este es el voto racional, que quiere dar sentido a la
sociedad por la búsqueda personal del lugar único que cada uno de nosotros
ocupamos en ella. Es el voto del compromiso, el voto del individuo que es capaz
de transcender más allá de sus necesidades afectivas o materiales. Este es el
voto de una democracia participativa o directa. El que vota racionalmente genera
una sociedad autocrítica, flexible y reflexiva; capaz de conceder a sus
individuos los instrumentos para su propia autorrealización.
Una
sociedad egoísta y materialista es más proclive al voto instintivo, voto que
por otro lado tenderá a perpetuar su estado de necesidad permanente. Una
sociedad hedonista y autocomplaciente es más proclive al voto afectivo, voto
que con mayor probabilidad pueda abocar a la sociedad a la decadencia. Una
sociedad racional, una sociedad de las ideas, es más proclive al voto reflexivo,
voto que permitirá a la sociedad y a sus individuos alcanzar la
autorrealización. Lo que no puede suceder nunca es abstenerse, desganarse,
dejar los direccionamientos en manos de unos pocos, creer que ya no importa
emitir una opinión y caer victima de la apatía, citando a Jorge González Moore “La indiferencia es el apoyo silencioso a
favor de la injusticia” por tanto, de ningún modo pierdan la oportunidad de
votar en el futuro, pero sean sinceros al menos consigo mismos y reconozcan la
necesidad a la que están dando respuesta. Voten y piensen qué tipo de sociedad
quieren construir en Venezuela o el mundo, sirviéndome nuevamente de una frase
que constantemente repite un viejo y sabio amigo, en referencia a ese gran
amante de la poesía que fue Neruda, “Podrán
cortar todas las flores, pero jamás podrán detener la primavera”.
Daniel Merchán M
Twitter: @Daniel_Merchan
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